Hasta aquí, todo perfecto y los que lo leían al principio, entendían estupendamente que la eudokía era cosa de Dios porque es algo que Él tiene dentro y por eso no puede evitar que le caigamos en gracia, independientemente de que seamos buenos, malos o regulares. Responder al notición y tratar de ser buena gente (tener “buena voluntad”) viene después: de entrada, lo que importa es alegrarnos, asombrarnos y llenarnos de agradecimiento al sabernos queridos tan gratuitamente.
Pero llegó San Jerónimo y tradujo el evangelio al latín: Gloria in excelsis Deo et in terra pax hominibus bonae voluntatis”, y al pasar del latín al castellano, dejó de quedar claro que lo de la “buena voluntad” era cosa de Dios y pasó a significar otra cosa: que la paz de Dios está destinada a los hombres y mujeres que tienen “buena voluntad”, mientras que a los de “mala voluntad” y sinvergüenzas varios, palo y tentetieso. Eso ya no tenía ya casi nada que ver con el anuncio de aquella Noche, pero ahora encajaba mejor en nuestra mentalidad raquítica y plana, propicia a imaginar a un Dios parecido a nosotros: le cae bien la gente de “buena voluntad” y los otros, que se arrepientan y se porten bien y entonces les querrá también a ellos.
El remate llegó con la traducción del Gloria de la misa: “En la tierra, paz a los hombres que ama el Señor”. Es mal castellano y tendría que haber dicho: “Paz a los hombres a los que Dios ama” y como tal como está suena raro, casi todo el mundo dice (fíjense en la próxima misa a la que vayan): “Paz a los hombres que aman al Señor”. Y lo decimos no sólo porque suena mejor, sino porque coincide más con aquello que en el fondo seguimos pensando y creyendo.
Finalizados los lamentos, paso a las propuestas: agarrarnos esta Navidad a la eudokía de Dios, exponernos a la luz y el calor que emanan de ella. Refugiarnos bajo sus alas y sentirnos, junto con la humanidad entera, abrigados a su sombra. Flotar ahí como un niño feliz en el líquido amniótico del vientre de su madre. Recobrar la respiración larga y tranquila de quienes no tienen miedo y se saben a salvo. Y, aunque nos resulte difícil y casi incomprensible, creernos que el que Dios nos quiera no tiene que ver con nuestros esfuerzos, trabajos, virtudes, conductas solidarias o valerosos compromisos. Todo eso, o nace de eso que
Así que queridos Eudokios y Eudokias: a disfrutar de
Dolores Aleixandre
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